domingo, 21 de octubre de 2012

La Danza Eterna. (Cruz)

Ana se sabía distinta, pero nunca creyó lo que decían de ella, jamás llegó a pensar que estaba loca. Ella sentía que la seguían, estaba segura, completa y totalmente. Sentía un par de ojos eternamente siguiéndola, de los que no se podía escapar, vivía permanentemente con miedo, aterrorizada. Sólo podía suponer quién la seguía y la incertidumbre sólo se agregaba al miedo. La noche sólo lo acentuaba, las sombras, los rincones oscuros, más y más incertidumbre, más y más miedo. Ese día despertó sudando, con los ojos abiertos de par en par, creyó sentir que alguien la tocaba, una caricia helada que le recorrió la cara. Fue ahí que por fin supo que no estaba loca, por fin la vió, por fin supo que era ella quien la seguía, ahí estaba en un rincón de su habitación, iluminado por un resplandor hermoso que no la llegaba a tocar, ataviada de negro, con un sombrero incluído, pálida y con la sonrisa de quien comprende un chiste que nadie más ve. Alrededor de ella el cuarto empezó a prender fuego y Ana, Ana se quedó paralizada, sólo supo que esa mujer era la más bella que jamás había visto. Las llamas crecían, y su cuarto crepitaba, el calor comenzaba a ser insoportable, el humo llenaba el cuarto y Ana le tendió la mano a esa mujer, quien la tomó de vuelta y a Ana no le importó que estuviese tan fría, pese a las llamas. El fuego entonces le pareció hermoso, y el crujir y el crepitar eran una sinfonía, la mujer le sonrió y Ana al momento se puso a bailar con ella, a bailar el lento ritmo de las llamas. Ana reía y reía mientras daba vueltas, sin importarle que sus ropas empezaran a arder. Ella giraba, giraba y giraba, en los brazos de la mujer de negro, que jamás cambió su expresión. En el momento en el que la orquesta ígnea alcanzaba el punto más alto de la melodía inclinó a la mujer en sus brazos, y bajó la cara para besarla, el contraste entre lo frío de su piel y el calor que las rodeaba era bellísomo, su sonrisa irónica cautivante, y fue lo último que vió, y sintió, antes de que las llamas la consumiesen.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Mujer de los Sueños (Cruz)

No estaba esperando nada, y fue por eso que me sorprendió. Que alguien como ella, que alguien así, la mujer perfecta, se pudiese fijar en una persona como yo, y sin embargo, sucedió. Estábamos juntos y yo sorprendentemente era tan feliz que nunca me pregunté por qué o cómo fue que sucedió, sólo que sin duda era el mejor escenario posible. Ella se convirtió rápidamente en lo más importante para mi y yo, que siempre pensé que el amor era un cuento de hadas, una idealización que de no tener nombre nadie conocería o sentiría, encontré que estaba profunda e irremediablemente enamorado de ella. Parecía que iba a ser eterno, ella me amaba igual que yo a ella, ambos lo dábamos todo, a sabiendas que no necesitaríamos nada más. Imaginen, entonces mi sorpresa cuando me tomó de la cara, con lágrimas en los ojos y me susurró al oído: "No te despiertes, no quiero morir, no quiero perderte."

miércoles, 27 de junio de 2012

Imitaciones (Cruz)

No podía sino admirar a ls grandes autores, a los verdaderos gigantes de la literatura, los había leído a todos. Shakespeare, Poe, Hemingway, Cortázar, Faulkner, Neruda, Whitman, Borges y más habán desfilado ante sus ojos, bebía las palabras que habían escrito, quería saberlo todo de ellos, los admiraba tanto.
Quería ser elos.
Empezó por imitar su estilo, luego, sus personalidades, sus ideas, se mimetizaba por completo,un día era Dahl, al siguiente Bradbury. Sus imitaciones eran casi perfectas, sólo un detalle le faltaba, uno, que le parecía insignificante.
Algo que todos tenían. Decidió que imitarlos ya no era suficiente, tenía que ser ellos, tenía que conseguir aquel detalle. Sonrío, y se aventó a las vías del metro.

martes, 14 de febrero de 2012

Nostalgia (Cruz)

Lo había traído de regreso un viaje de negocios, tenía que ver a el jefe de una de esas oficinas anticuadas que se negaban a cambiar su domicilio por uno más moderno. Terminando la reunión, que había sido particularmente nefasta, decidió caminar por los rumbos que frecuentaba de joven, así que decidió pasar la noche e ir a pie por su colonia. Sonaba un acordeón, triste y solitario, mientras caminaba por las ya oscuras calles de esa que había sido su ciudad, recorriendo, esas, que habían sido sus calles ahora le resultaban ajenas y hasta hostiles. Recordaba cuando estaban llenas de luz, de gente, era poco, y frugal, el sonido del acordeón contra el del barullo de la gente de antaño. Iba pues, rememorando lo que por las calles había vivido, no le sorprendió ver cambios, la vieja tienda de abarrotes de Don José había sido reemplazada por un alto multifamiliar, de aquellos que le producían un poco de asco, por toda la gente junta sin privacidad, en fin, gente moderna. Compró un paquete de cigarrillos, para acompañar la nostalgia, que sorprendentemente no le dolía. Siguió varias horas caminando y vio como casas de amigos se habían convertido en bares, de aspecto nada invitante, en hoteles, en tiendas de computación, fumóse otro cigarrillo y decidió que sería el último. Justo cuando iba a regresar ya de su paseo nocturno cuando le sorprendió un supermercado, que tenía un nombre estadounidense, y rompió a llorar. Frente a ese portón había, por primera vez, a quien había sido su primer amor, a Rebeca, el recuerdo más dulce de su infancia habíase destrozado al ver, en vez de el balcón blanco en dónde ella salía a saludarle, un enorme letrero con el nomre del supermercado.

sábado, 8 de octubre de 2011

Llovió (Cruz)

Llovía -no de esas lluvias tímidas que se apenan de mojar a la gente- no, ésta era una lluvia cabal, grande y madura, que sabía perfectamente qué debía mojar y lo hacía. A Miguel no le preocupaba en lo más mínimo. Siempre le pareció que la lluvia se llevaba sus culpas y lo absolvía de cualquier acto, sin importar cuan malo fuera. Fue por eso que no se apresuró a llegar a casa. Llegó tarde, cosa que ya era costumbre, pero por lo menos ahora tenía la excusa de la lluvia. Su línea de trabajo necesitaba que se quedase un poco después de los demás en la oficina. Desviar recursos no era fácil, pero le permitía llevar un estilo de vida opulento con el que siempre había soñado. Al carajo unas vacunas perdidas, o unas cuantas calles descuidadas; podía permitirse un televisor enorme que, equipado con sistema de sonido, exhibía como trofeo a la mitad de su sala. Llegó a darse un baño ,no quería que la bendita absolución le diese un resfriado, pero antes de hacerlo sonó su teléfono: -- ¿Bueno? -- Miguel, soy Juan, tenemos que hablar. En persona. ¿Tienes un momento?   --Es urgente. Llego en menos de cinco minutos. Miguel en ese momento cubrió el micrófono y soltó un improperio, ahí iba su baño, sin embargo al destapar el micrófono para hablar nuevamente
intentó sonar jovial: --Claro, nos vemos entonces. --Hasta pronto. En ese momento tuvo que contentarse con pasarse una toalla por el cuerpo y cambiarse de ropa, lo cual lo dejó bastante seco. Entonces sonó el timbre y fue al encuentro de su amigo. --Gracias por abrirme rápido que me estaba empapando. --No, no te preocupes. Pasa, adelante. --Tengo que hablar contigo. --Sí, me lo dejaste en claro. Dime: ¿Qué pasa? --Se están robando los fondos que nos han dado.  En ese momento sintió Miguel una gota de sudor frío deslizarse por su espalda, y se fue acercando poco a poco a su escritorio, mientras Juan dejaba su empapada gabardina, paraguas y portafolio cuidadosamente sobre, ante y debajo del perchero de la entrada. --No puede ser. ¿Qué te hace decir eso? ¿Cómo te diste cuenta? Se sorprendió ante su propia facilidad para mentir. -- Hay unos gastos sin fundamento, voy por las hojas, ahí lo puedes ver.  Fue entonces que Juan se volteó para ir a su portafolio y Miguel abrió rápidamente el cajón y haciendo el clic característico, empuñó su revolver . Este sonido causó que Juan se volviese apenas pudiendo ver su cara de asombro cuando apretó el gatillo. La bala impactó de lleno en su frente. Miguel siempre había sido un buen tirador. Fue cosa de minutos, perdidos en la indecisión sobre que hacer con el cuerpo inanimado de su antiguo amigo, que llegó la policía. Lo sacaron de su casa y el hombre se echó a llorar. Creyeron que era una argucia, ya se había visto antes que alguien llorara para hacer notar que no quisieron matar al ya occiso. Sin embargo, cuando lo interrogaron al respecto sólo dijo: "Llovía, mi ropa estaba empapada, moría de frío, pero.. estaba seco."

domingo, 18 de septiembre de 2011

Dos días en la vida

Hola: sé que tiene tiempo que no hablo contigo, que no sabes nada de mi. Es posible que te hayas olvidado de mi nombre, así como yo del tuyo. No, no creas que te lo reprocho, no se trata de eso. Escribo y, la verdad, no espero respuesta alguna. Seguro ahora eres una persona distinta a la que conocí aquel día. Puedes decir que estoy loco, yo mismo lo he pensado. Definitivamente lo estoy, quién más le escribiría a alguien a quien vio dos veces y de cuyo nombre no se acuerda. Ah! Sin embargo eres de los recuerdos más bellos que tengo. Fueron dos días, dos únicos días, en los que estuve contigo, y jamás se me olvidará ni un detalle de ellos, tu sonrisa, tus ojos, tu piel, tu piel, tu piel. El primero, que apenas te pude ver, y cómo me viste, de reojo y fue eso lo único que necesité, para saltar enfrente tuyo. El segundo fue poco después y, como ambos sabemos bien lo que pasó, prefiero sólo decir que estábamos aún dominados por ese entusiasmo característico de los jóvenes, sobre todo de los recién enamorados, sobra decir que tampoco lo he olvidado. Pronto, ya no queda mucho, para que mi vida llegue a su fin, para que de una vez por todas, deje de respirar. Podré olvidar todo, pero no tu sonrisa ni tus ojos ni tu piel. Te escribe ahora un hombre viejo, a quién le puedes escribir de vuelta lo que sea, así muera antes de que te llegue esta carta. Bah! Fuimos jóvenes una vez, y con ella me basta.

Nevada de ciudad.


Ya no estoy acostumbrado a caminar, como podrás imaginarte, por lo que es raro que lo  hiciese hoy. El camino de siempre, el que ya conoces — tuyo y mío — que tanto tenemos de no recorrer. No sé que me poseyó para voltear hacia arriba, en aquella calle (la de las flores que te detenías a oler, ¿la recuerdas verdad?) pero me sorprendí cuando lo hice. Pensé por un momento que nevaba y en seguida me corregí, es pleno verano y en esta ciudad jamás cae la nieve. Me fije entonces que lo que había confundido con copos de nieve eran las plumas de algún ave blanca, sus plumas caían muy levemente, tal vez por eso las confundí ;me sorprendió su belleza y una de ellas cayó en mi mano. Te escribo entonces, esperando que mi carta te llegue con bien, porque como ves, la paloma mensajera que me enviaste, se perdió.
Tuyo,
Javier
P.S: Te adjunto la pluma, por si la vuelves a ver.