domingo, 18 de septiembre de 2011

Dos días en la vida

Hola: sé que tiene tiempo que no hablo contigo, que no sabes nada de mi. Es posible que te hayas olvidado de mi nombre, así como yo del tuyo. No, no creas que te lo reprocho, no se trata de eso. Escribo y, la verdad, no espero respuesta alguna. Seguro ahora eres una persona distinta a la que conocí aquel día. Puedes decir que estoy loco, yo mismo lo he pensado. Definitivamente lo estoy, quién más le escribiría a alguien a quien vio dos veces y de cuyo nombre no se acuerda. Ah! Sin embargo eres de los recuerdos más bellos que tengo. Fueron dos días, dos únicos días, en los que estuve contigo, y jamás se me olvidará ni un detalle de ellos, tu sonrisa, tus ojos, tu piel, tu piel, tu piel. El primero, que apenas te pude ver, y cómo me viste, de reojo y fue eso lo único que necesité, para saltar enfrente tuyo. El segundo fue poco después y, como ambos sabemos bien lo que pasó, prefiero sólo decir que estábamos aún dominados por ese entusiasmo característico de los jóvenes, sobre todo de los recién enamorados, sobra decir que tampoco lo he olvidado. Pronto, ya no queda mucho, para que mi vida llegue a su fin, para que de una vez por todas, deje de respirar. Podré olvidar todo, pero no tu sonrisa ni tus ojos ni tu piel. Te escribe ahora un hombre viejo, a quién le puedes escribir de vuelta lo que sea, así muera antes de que te llegue esta carta. Bah! Fuimos jóvenes una vez, y con ella me basta.

Nevada de ciudad.


Ya no estoy acostumbrado a caminar, como podrás imaginarte, por lo que es raro que lo  hiciese hoy. El camino de siempre, el que ya conoces — tuyo y mío — que tanto tenemos de no recorrer. No sé que me poseyó para voltear hacia arriba, en aquella calle (la de las flores que te detenías a oler, ¿la recuerdas verdad?) pero me sorprendí cuando lo hice. Pensé por un momento que nevaba y en seguida me corregí, es pleno verano y en esta ciudad jamás cae la nieve. Me fije entonces que lo que había confundido con copos de nieve eran las plumas de algún ave blanca, sus plumas caían muy levemente, tal vez por eso las confundí ;me sorprendió su belleza y una de ellas cayó en mi mano. Te escribo entonces, esperando que mi carta te llegue con bien, porque como ves, la paloma mensajera que me enviaste, se perdió.
Tuyo,
Javier
P.S: Te adjunto la pluma, por si la vuelves a ver.