Desde pequeño oír música había sido uno de sus grandes placeres, creció oyendo, gracias al total melómano que era su padre, discos de vinil del mismo Louis Armstrong y, desde pequeño se enamoró del jazz. A pesar de todos los esfuerzos por parte de su familia, jamás había querido, de niño aprender a tocar ningún instrumento. Aún así Javier nunca dejó de amar el jazz y acostumbraba ir, por lo menos dos veces por semana al mismo bar dónde tocaba un conjunto al que apreciaba mucho. Todos eran adultos mayores, pero el que destacaba era el baterista, se veía el más viejo de todos y; sin embargo tocaba impresionantemente bien, ylo disfrutaba, todo el tiempo tenía una energía inmensa y una sonrisa en la cara. A veces daba la espalda al público, haciendo una breve pausa, y regresaba a tener esa energía. Decidió que si había un momento, era ése. Buscó al hombre después de que cerraran el bar y lo convenció de enseñarle a tocar. Resultó ser un prodigio. Absorbía toda la información que se le daba. Por fin llegó el día, en que pudo tocar frente a la gente. Tomó sus baquetas con un entusiasmo indescriptible y empezó a tocar, tocar. Poco a poco su entusiasmo iba cambiando, y entendía cada vez más a su profesor, hasta que dio la vuelta, quedando de espaldas al público, dejó de sonreír y se secó una lágrima. Todo eran tiempos, notas, acordes, progresiones. La música había perdido su belleza. Volteó, le sonrió la público y siguió tocando.
Desde pequeño oír música había sido uno de sus grandes placeres, creció oyendo, gracias al total melómano que era su padre, discos de vinil del mismo Louis Armstrong y, desde pequeño se enamoró del jazz. A pesar de todos los esfuerzos por parte de su familia, jamás había querido aprender a tocar ningún instrumento. Aún así Javier nunca dejó de amar el jazz y acostumbraba ir, por lo menos dos veces por semana ,al mismo bar dónde tocaba un conjunto al que apreciaba mucho. Todos eran adultos mayores, pero el que destacaba era el baterista, se veía el más viejo de todos y, sin embargo, tocaba impresionantemente bien.Además lo disfrutaba, todo el tiempo tenía una energía inmensa y una sonrisa en la cara. A veces daba la espalda al público, haciendo una breve pausa, y regresaba a tener esa energía. Decidió que si había un momento, era ése. Buscó al hombre después de que cerraran el bar y lo convenció de enseñarle a tocar. Resultó ser un prodigio. Absorbía toda la información que se le daba.
Por fin llegó el día, en que pudo tocar frente a la gente. Tomó sus baquetas con un entusiasmo indescriptible y empezó a tocar, tocar. Poco a poco su entusiasmo iba cambiando, y entendía cada vez más a su profesor, hasta que dió la vuelta, quedando de espaldas al público, dejó de sonreír y se secó una lágrima.Todo eran tiempos, notas, acordes. La música había perdido la belleza. Volteó, le sonrió la público y siguió tocando.