Son aquellos momentos tan cortos de la vida los que les dan sentido. Por eso aquí te pedimos que te tomes un momento para sentirlos, para ponerte en la piel de otros. Contribuidores: Bruno Langle, Luis Ponce, Alejandra Gómez (Pato de Hule), Israel García, Fernando Cruz
domingo, 21 de octubre de 2012
La Danza Eterna. (Cruz)
Ana se sabía distinta, pero nunca creyó lo que decían de ella, jamás llegó a pensar que estaba loca. Ella sentía que la seguían, estaba segura, completa y totalmente. Sentía un par de ojos eternamente siguiéndola, de los que no se podía escapar, vivía permanentemente con miedo, aterrorizada. Sólo podía suponer quién la seguía y la incertidumbre sólo se agregaba al miedo. La noche sólo lo acentuaba, las sombras, los rincones oscuros, más y más incertidumbre, más y más miedo. Ese día despertó sudando, con los ojos abiertos de par en par, creyó sentir que alguien la tocaba, una caricia helada que le recorrió la cara. Fue ahí que por fin supo que no estaba loca, por fin la vió, por fin supo que era ella quien la seguía, ahí estaba en un rincón de su habitación, iluminado por un resplandor hermoso que no la llegaba a tocar, ataviada de negro, con un sombrero incluído, pálida y con la sonrisa de quien comprende un chiste que nadie más ve. Alrededor de ella el cuarto empezó a prender fuego y Ana, Ana se quedó paralizada, sólo supo que esa mujer era la más bella que jamás había visto. Las llamas crecían, y su cuarto crepitaba, el calor comenzaba a ser insoportable, el humo llenaba el cuarto y Ana le tendió la mano a esa mujer, quien la tomó de vuelta y a Ana no le importó que estuviese tan fría, pese a las llamas. El fuego entonces le pareció hermoso, y el crujir y el crepitar eran una sinfonía, la mujer le sonrió y Ana al momento se puso a bailar con ella, a bailar el lento ritmo de las llamas. Ana reía y reía mientras daba vueltas, sin importarle que sus ropas empezaran a arder. Ella giraba, giraba y giraba, en los brazos de la mujer de negro, que jamás cambió su expresión. En el momento en el que la orquesta ígnea alcanzaba el punto más alto de la melodía inclinó a la mujer en sus brazos, y bajó la cara para besarla, el contraste entre lo frío de su piel y el calor que las rodeaba era bellísomo, su sonrisa irónica cautivante, y fue lo último que vió, y sintió, antes de que las llamas la consumiesen.
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